Como otras madrugadas, ellos juegan
a buscarse por calles
sin luz, entre personas ya sin nombre.
Cuenta hasta cien
y gira la cabeza al instante, intentando
atrapar, de un vistazo, la sonrisa
de algún niño escondido.
Mas todos son tan diestros en el juego
que ni un flequillo asoma
tras el capó de un coche, ni se deja
traicionar una falda
por el viento.
Pintaron
falsas pisadas en las nubes. Pero
él, que tambien es hábil,
no se deja engañar por burdas pistas
y, en un despiste,
descubre su escondite tras la estrella.
Ella mella su orgullo,
con firmeza lo abraza
desata su reloj y le pregunta.
-¿Cincuenta
despacio o cien deprisa?-
Juan Hernández