viernes, 8 de octubre de 2010

Memorias de un Héroe Caído V: Noche de Luna Hueca

Una puerta en mitad de una llanura gris. Un pequeño portón de madera ajada con olor a mar. Trato de empujarla, pero no cede, así que me acerco aun más a ella y susurro:
"Mis ojos por un mundo soñado... y mi corazón por algo que merezca la pena soñar."


Se abre el portón, el agua me rodea y tira de mí hacia un mar embravecido, haciendo que me hunda en las profundidades mientras oigo, a lo lejos, el aullido de un lobo salvaje.
No sé cuanto tiempo ha pasado cuando el Mar me deposita, amable a su manera, en la playa. Unos pasos por delante, enroscada sobre la arena, una pequeña criatura de escamas blancas me observa con cara preocupada.
"Lamento mi ausencia, pequeño, no sé si podrás perdonarme, pero ya he vuelto. No volveré a dejarte solo nunca más." Le digo con cariño mientras le acerco el brazo para que suba a mi hombro. Una vez acomodado, me hace señas para que mire al suelo, al hueco que ha dejado en la arena, y descubro una pequeña brújula en una cajita de madera.
El pequeño dragón mira alternativamente a la cajita y a mí, orgulloso de haberla protegido hasta mi llegada. Yo por mi parte agradezco en silencio a la Vidente de Almas y sigo la ruta que me marca desde la distancia, a través de la brújula, mientras el ocaso continúa su camino.


Recorro con pesadez el sendero de roca que asciende por el acantilado. El Sol termina de caer por el horizonte, incapaz de seguir aplazando lo inevitable, y la noche más oscura del mes me arropa como un cálido manto en el que brilla débilmente una única estrella.
El cansancio me pesa sobre los hombros, pero no puedo detenerme ahora.
La luz del faro me ayuda en el último tramo de ascenso. Al llegar arriba, unas enormes puertas custodian la entrada a la torre. Al tiempo que las golpeo con el puño grito:
"¡Protectora de los Perdidos! ¡He regresado y exijo que me abras!"
Nadie responde, pero las puertas se abren de par en par, permitiendome ver al otro lado una gran sala oscura y un trono de marfil al fondo.

Atravieso decidido esas puertas, y noto que algo regresa a mí. Alcanzo el trono: una máscara blanca reposa sobre él, junto a un enorme martillo y un resistente escudo.
Dejo a mis pies el gran martillo, sujeto el escudo sobre mi regazo, y me coloco la máscara sobre el rostro mientras ocupo el lugar que me pertenece por derecho propio. Unas alas vuelven a crecer en mi espalda, más grandes que las anteriores, pero no son blancas sino de diferentes tonos grises, cómo si trataran de recordarme que ni siquiera yo soy invencible, que ya he caído una vez.


Todo está en su sitio, pero la Luna está hueca en el firmamento esta noche. Dejadla descansar. He vuelto.

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